domingo, 21 de febrero de 2010

Invictus

Obsesionado por su figura y sabedor de que contaba con su beneplácito, Morgan Freeman se apresuró a comprar en 2008 los derechos de adaptación del libro “El factor humano”, del británico – aunque afincado en Barcelona desde hace algunos años – John Carlin, con el deseo y la esperanza de encarnar algún día a uno de los personajes más importantes que dio el siglo XX, Nelson Mandela. Tan sólo un año después se materializaba su sueño, tras contagiar del mismo a su buen amigo Clint Eastwood, uno de los últimos exponentes del cine hecho según los cánones del Hollywood clásico.
No por ser una idea promovida por su actor principal Morgan Freeman, se puede considerar a “Invictus” como un film de encargo en la carrera de Eastwood, sin ir más lejos “Banderas de nuestros padres” y “Cartas de Iwo Jima” fueron a parar a sus manos por expreso deseo de Steven Spielberg, y nadie las considera por ello títulos a tener en menos en cuenta en el grueso de una obra que acaba de iniciar su séptima década. Eastwood lleva todo a su terreno, con un guión – que según dicen algunos nunca está lo suficientemente trabajado -, un presupuesto modesto y un plan de rodaje ajustado de los que nunca se sale, sabe contar admirablemente bien cualquier historia por compleja que ésta pueda parecer, dejándo al espectador la sensación de lo sencillo que es involucrarse en lo que el maestro tiene a bien contarnos en su fiel cita anual.
“Invictus” prosigue el discurso iniciado en “Banderas de nuesto padre”, “Cartas de Iwo Jima” o “Gran Torino” sobre luchas raciales, aunque en esta ocasión con una mayor ambición y trascendencia. Con la liberación de Mandela después de permanecer 27 años en prisión en unas condiciones infrahumanas se abre el film, el coche que le lleva por una carretera que separa dos campos de fútbol, uno de jugadores profesionales y blancos, el otro de jugadores aficionados negros, es una sutil metáfora visual del estado en que se encontraba Sudáfrica a primeros de los 90 y de la posterior sensación de incertidumbre que se respiraba ante la toma de posesión como Presidente de la Nación de alguién que para unos era un liberador y para otros un terrorista. Como se verá después Mandela conseguirá algo a todas luces imposible, además en un tiempo record, unir una sociedad gravemente fragmentada.
El acto simbólico que propiciará el cese de la segregación racial pasaba por devolver el prestigio a la Selección Nacional de Rugby, seguida por una mayoría blanca y repudiada por una mayoría negra por representar recuerdos demasiado dolorosos del Apartheid, y llevarla hasta la final del Campeonato del Mundo. El camino hacia esta victoria estaba basada en el compromiso por parte de unos jugadores – liderados por el Capitán François Pienaar, encarnado solventemente por Matt Damon – conscientes de la importancia que suponía para los 42 millones de personas que entonces integraban la comunidad sudafricana, y de un dirigente consciente de poder sociológico y mediático de un espectaculo deportivo de tal calibre.
En “Invictus” la figura de Nelson Mandela se presenta sobredimensionada, casi divinizada – parece que fuera la reencarnación de Jesús, alguién capaz de poner a otra mejilla y perdonar a sus torturadores -, pasando de puntillas por su complicada vida familiar y eludiendo tocar aspectos aún más espinosos – sus tres matrimonios, sus escándalos políticos, la muerte de uno de sus hijos víctima del SIDA -, que quizás hubieran aportado una visión más neutral de Mandela, pero que poco habría aportado a la historia central, porque “Invictus” no es una biografía al uso de Mandela, ni siquiera una crónica de una etapa de su mandato, es un canto a lo que con la ayuda de muchos puede lograrse, algo a lo que algunos llaman cumplir un sueño.
Morgan Freeman realiza una sutil labor de composición de su personaje, aporta pequeños detalles que le convierten en vivo retrato de Mandela – su modo de hablar, de sonreir y hasta de moverse -, un papel tan provechoso y tan lucido que en cierto modo eclipsa al de Matt Damon, a pesar de que éste le defiende con elegancia y honestidad.
Eastwood situa claramente ambos lados del conflicto condenados a entenderse – los escoltas multicolores del dirigente, la familia racista de Pienaar, etc – para a medida que avanza el metraje ir limando diferencias. Y si una reconciliación completa no es posible, al menos sí se atisba el comienzo de un respeto y de una nueva convivencia más equilibrada y comprensiva.

Probablemente no te dejará con un nudo en la garganta como hiciera “Million dollar baby” o “Mystic river”, ni te dejará tan devastado como con “Cartas de Iwo Jima” o “El intercambio”, ni tampoco te arrancará unas lágrimas como sí consiguiera “Los puentes de Madison” o “Gran Torino”, quizás no posea la indiscutible consistencia de todos los films antes citados, pero sin lugar a dudas “Invictus” es un film muy notable. Desde que Eastwood alcanzara la madurez – y de paso pusiera de su parte a toda esa crítica que durante décadas le había machacado – sino firma obras maestras, hace films tan apañados como “Invictus” – título, por cierto, extraído del poema Isabelino que dio fuerzas a Mandela durante su cautiverio y que significa “El inconquistable” -. Eastwood es siempre una apuesta segura, ¡larga vida al director que, como mínimo, nos da una alegría al año!.

1 comentario:

Enrique dijo...

¡Increible! he escuchado que han secuestrado a dos guionistas de Lost para saber el final de la serie.

http://www.facebook.com/home.php?#!/thejamesons?ref=ts