viernes, 7 de mayo de 2010

Fish tank

La directora británica Andrea Arnold cuenta con un curriculum abrumador. Con su primer corto, “Wasp” (2003), se llevó un Oscar, y con sus dos únicos films ha recibido los premios del jurado del Festival de Cannes, “Red road” (2006) que se estrenó de tapadillo hace casi 3 años y en la cual ofrecía un thriller desasosegante sobre la videovigilancia en la que demostró un dominio innato a la hora de reflejar el aislamiento de la mujer dentro de un entorno marginal y misterioso. Lejos de rozar la perfección, fue al menos una carta de presentación más que digna, de la que ahora nos llega su continuación, “Fish tank”, una obra mucho más notable.

Enmarcada dentro del realismo británico y comparada hasta la saciedad con el cine prototípico de cineastas como Mike Leigh o Ken Loach, aunque carente de la ironía del primero y de la incisiva carga crítica del segundo, “Fish tank” se preocupa más en dar consistencia a un retrato de rebeldía, el de una joven que vive en un barrio marginal de Essex y que no encaja en ninguna parte, ni dentro de su desestructurado nucleo familiar ni entre la gente de su mismo ambiente.


La quinceañera Mia (interpretada con asombrosa naturalidad por la debutante Katie Jarvis) es un personaje omnipresente en “Fish tank”, su inconformismo, su rabia contenida y sus ansias de libertad son seguidos de cerca por una nerviosa e improvisada cámara, sus sensaciones se nos presentan también en forma de cegadoras rafagas de luz o de sutiles ralentizaciones de sus imágenes. Las únicas ocasiones en que Mia se siente libre es cuando ensaya sus bailes de rap en un piso abandonado, cuando recupera el aliento mira con extrañeza desde la ventana el mundo que la rodea como un pez dentro de una pecera – no por casualidad “Fish tank” significa precisamente eso, pecera -.
Una vida tan a la deriva como la de Mia incluye una madre alcoholizada y promiscua (la actractiva Kierston Wareing vista recientemente en “En un mundo libre…” de Ken Loach resulta una elección de lo más acertada) de la que heredó su pasión por el baile y la costumbre de evadirse y comunicarse a través de él; una hermana pequeña con la que no deja de intercambiarse insultos, y una nueva y desconcertante presencia en su hogar, Connor (interpretado por el irlandés de ascendencia alemana Michael Fassbender que descubrimos en “Malditos bastardos”), el nuevo rollo de su madre, un hombre que dispensa atenciones a la joven y que le alienta a que persiga sus sueños – anima a Mia para que se dedique profesionalmente al baile - . Pero ¿serán estas muestras de cariño sinceras o tan sólo un estrategico modo de seducir a una muchacha que inevitablemente bebe los vientos por él?.

Esta ambigua relación refuerza el film, aunque por desgracia su desenlace – del que conviene no desvelar nada – resulte algo forzado dentro de una historia que hasta ese momento se ha caracterizado por la contención y por el más crudo realismo. Sin llegar a desvirtuar el resultado sí que descoloca e incluso incomoda durante un rato al espectador, porque al igual que hacía Winterbottom en la excelente “Genova” hace que una sensación de peligro se apodere del relato en su último tercio.

“Fish tank” es un canto a la libertad visto desde la insolente juventud – con una poderosa metáfora recurrente en todo el relato, el empeño de la joven por poner en libertad a un caballo blanco que permanece atado con cadenas a una gran roca – y también es un relato sobre el despertar de la inocencia para entrar en el cruel mundo de los adultos, un mundo en el que la decepción es la primera de las enseñanzas. Por último es un relato de venganza. Un excelente film, pese a los inconvenientes apuntados, que sienta las bases de una obra que puede dar mucho que hablar.

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