sábado, 9 de enero de 2010

EL CINE DE PETER WEIR

Tengo la firme convicción de que Peter Weir es probablemente el mejor director surgido de Australia en las 4 últimas décadas. Su notable y selecta carrera - 12 largometrajes para un director que ya cuenta con 65 años - está a años luz de otros compatriotas suyos como Bruce Beresford, Roger Donaldson, Scott Hicks, Gilliam Armstrong, Phillip Noyce, Fred Schepisi, George Miller, Russell Mulcahy o incluso del ambicioso y excesivo Baz Luhrmann.

Su primera experiencia detrás de la camara fue dirigir un segmento de 30 minutos para el film coral "Three to go" (1971) - los otros dos directores participantes Brian Hannant y Oliver Howes apenas volvieron a hacer acto de presencia -; en su episodio "Michael" el joven protagonista trataba de encontrarse en la convulsa sociedad de finales de los 60, su dilema era seguir el camino de la conformidad o por el contrario subirse al carro de la revolución imperante. "Michael" ya sorprendía por el calado psicológico que Weir otorgaba a sus personajes protagonistas.
Ese mismo año también dirigiría un mediometraje de 50 minutos titulado "Homesdale" (1971), que era el nombre de una finca de retiro veraniego donde se daban cita extraños personajes y situaciones insospechadas. Rodada en blanco y negro "Homesdale" era una comedia bien cargada de humor negro.

Su primer film, propiamente dicho, fue "Los coches que devoraron París" (1974), una película que pese a su frío recibimiento se convirtió con rapidez en un film de culto en su país de origen. El París del film era en realidad un pueblo australiano de 148 habitantes en el que se producían con demasiada frecuencia accidentes de tráfico mortales.
Tan sobrenatural como la anterior era "Picnic en Hanging Rock" (1975), basado en un hecho inexplicable sucedido en 1900 durante una excursión a una región montañosa australiana en la que desaparecieron cuatro alumnas y una profesora en medio del volcánico paisaje. Dos alumnas fueron encontradas días después pero no fueron capaces de explicar lo sucedido y las otros tres personas nunca más aparecieron. Hanging Rock es una conocida leyenda negra australiana revisada con frecuencia a través de documentales, libros o como en este caso películas.
La trilogía fantástica de Weir se cierra con "La última ola" (1977), en la que los sueños premonitorios de su protagonista le descubren su conexión con una tribu aborigen y las señales producidas en forma de fenómenos metereológicos le llevarán a buscar la relación que guardan con sus reveladores visiones.

Tras un paréntesis televisivo con "The plumber" (1979) - un telefilme tan desasosegante como sus tres films precedentes y desarrollado integramente en el apartamento de una mujer cuya tranquilidad se ve interrumpida por la llegada de un sombrío fontanero con la intención de hacer una rutinaria revisión del estado de sus cañerias - llega el film más ambicioso hasta la fecha de Weir, "Gallipoli" (1981), ambientada en la cruenta campaña bélica que durante la Primera Guerra Mundial tuvo lugar en la península de Gallipoli (Turquía) y que dejó a su paso 180.000 vidas aliadas y 220.000 turcas.
En "El año que vivimos peligrosamente" (1983) Weir nos muestra el auge y posterior caída del regimen del General Ahmed Surkano a través de la mirada de un corresponsal de guerra australiano, que en medio de la inestable situación se enamorará de la hija de un embajador inglés. Este film cerraba su etapa más crítica y combativa.

"Unico testigo" (1985) fue su desembarco en el cine americano con la historia de un niño amish que es testigo de un asesinato y del policía infiltrado en su comunidad para protegerlo. Weir sacó lo mejor de Harrison Ford y su conexión con él fue tal que repitieron inmediatamente con la incomprendida "La costa de los mosquitos" (1986) en la que el idealista personaje interpretado por Ford hastiado de la civilización moderna se trasladaba con toda su familia en medio de la selva con la intención de crear una fábrica de hielo.

"El club de los poetas muertas" (1989) tenía a otro idealista por protagonista, en esta ocasión se trataba de un profesor renovador que chocaba de pleno con los ideales de un conservador colegio de hijos de aristócratas. Un film entrañable aunque su sensiblería terminara por ser un lastre.
"Matrimonio de conveniencia" (1990) probablemente sea el film más impersonal y prescindible del cineasta australiano, se trata de una agridulce comedia con la vista puesta en la inmigración y en los pactos para obtener la ansiada "tarjeta verde" de residencia.
Más desconocida e inclasificable dentro de su filmografía se haya "Sin miedo a la vida" (1993), basada en una novela de Rafael Yglesias y con un accidente de aviación como desencadenante de la historia de dos de sus supervivientes, Max que al haber vencido a la muerte ahora se ve como un semidios y Carla que se tortura por no haber podido salvar a su bebé, que se le escapó de sus brazos.

"El show de Truman" (1998) fue un regreso por todo lo grande, un enorme éxito de crítica y público se ganó la historia de un hombre cuya vida fue filmada y retransmitida desde su primer minuto de vida sin él saberlo. Los realitys tipo "Gran hermano" estaban a la vuelta de la esquina. Su último y magistral film hasta la fecha ha sido "Master & Commander: Al otro lado del mundo" (2003), la mejor, la más realista y la mejor documentada recreación nunca antes hecha de las batallas navales que precipitaron la célebre Batalla de Trafalgar (1805).
El film que hace ya bastantes temporadas protagonizaron Russell Crowe y Paul Bettany fue el broche final a una impresionante carrera... hasta ahora.

(Continuará).

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