Hoy en día se puede esperar cualquier cosa de Ridley (“Nottingham” sobre el mito de Robin Hood será lo próximo, la quinta colaboración con su actor fetiche Russel Crowe). El cine de espionaje político era terreno virgen en la filmografía de Ridley (pero no en la de su hermano Tony quien dirigió en 2001 la muy notable “Spy game”, película con la que se podrían trazar múltiples semejanzas), y ha salido bien parado del nuevo reto a pesar de apostar más por el diálogo que por la acción, y no por esto os creáis que no vais a encontrar persecuciones trepidantes, encarnizados tiroteos, salvajes explosiones, torturas cruentas, etc, porque de todo esto encontraréis las justas raciones, eso sí, muy bien cocinadas.
William Monahan (que ya trabajó con Scott en la mediocre “El reino de los cielos”) se encarga de adaptar la novela de David Ignatius, en la que los intereses políticos, el espionaje y la lucha contra las células terroristas de Oriente Medio están contados de manera algo más inteligible que “Syriana”, por poner tan solo un ejemplo de otra película con la que se le podría emparejar por su temática.
Leonardo DiCaprio es Roger Ferris, el agente de la CIA infiltrado que ejerce de brazo ejecutor, Leo repite el papel de tipo duro, capaz de casi todo como ya hiciera en “Infiltrados” o “Diamante de sangre”. Russel Crowe es Ed Hoffman, el supervisor de Ferris, un pez gordo de la CIA que a través de su manos libres mueve los hilos y toma decisiones importantes para “salvar a la civilización”, a la vez que ayuda a hacer pis a su hijo, lleva a su hija al cole, hace la compra, etc. Russel se puso en 130 kilos para encarnar a Hoffman y todo ese esfuerzo se justifica en pantalla cuando el personaje de DiCaprio le dice literalmente: “¡Eres un gordo de mierda!. Trabajas en esto al igual que yo, ¡ponte a régimen!”, lo dicho, justificado queda el esfuerzo, pero no la frasecita que está metida con calzador.
El personaje de Leo encarna el escepticismo, las dudas hacía la moralidad de sus acciones, acciones que por otra parte le impone el personaje de Russel, quien no duda de su patriotismo y cree que sin ese tipo de actuaciones el futuro de la humanidad puede estar en peligro.
El tercer vértice del triángulo lo compone Hani (un excelente Mark Strong caracterizado un poco cutremente a decir verdad) el jefe de la inteligencia Jordana (el film en realidad se rodó en Marruecos al igual que “Black Hawk derribado”), con quien Estados Unidos se alía para compartir información (dentro de unos límites) para su lucha conjunta contra el terrorismo. Y para darle más comercialidad al asunto, Ridley incluye una historia de amor imposible, entre Ferris y una joven enfermera jordana, Aisha (Golshifteh Farahani), que sirve para humanizar al personaje de Leo y así ver que bajo su magullada piel tiene su corazoncito.
domingo, 16 de noviembre de 2008
Red de mentiras
Una película de Ridley Scott, salvo contadas excepciones, suele ser toda una lección de estilo (que no de autoría) y una apuesta segura de calidad. El veterano director con la madurez ha ido desprendiéndose de ese obsesivo cuidado de la estética y de ese perfeccionismo imposible que conseguía que cada nuevo trabajo suyo se hiciera desear lo suyo, para convertirse en un artesano que rueda con rapidez (que no con torpeza) y que es capaz de facturar un film por año sin apenas despeinarse. A la vista está, entre 1977 y 1997 Ridley rodó tan solo diez films, sin embargo desde el 2000, año del espaldarazo comercial y crítico de “Gladiator”, ya ha rodado ocho películas a cual más compleja y variada, todo un mérito que hay que reconocerle.
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