martes, 18 de enero de 2011

Camino a la libertad

Quien haya seguido un poco por encima este blog no les sorprenderá saber que reencontrarme con el cine del australiano Peter Weir es mucho más que un motivo de alegría, es motivo de celebración por dos razones: a) porque su carrera es un ejemplo de sobriedad y coherencia, y b) porque no suele prodigarse tanto como muchos desearíamos (este film que nos ocupa es su segundo trabajo en toda una década). Weir es un cineasta con mayúsculas, quizás el mejor de los que llegaron desde las antípodas, solo basta revisar títulos como “Gallipoli”, “Único testigo”, “La costa de los mosquitos”, “El show de Truman” o “Master & Commander” para entender y compartir mi afirmación.

“Camino a la libertad” está basado en las memorias del ruso Slavomir Rawicz, quien junto a otros compañeros se escaparon de un gulag en Siberia y lograron llegar hasta la India después de recorrer casi 7.000 kilómetros y de sortear todo tipo de situaciones climatológicamente adversas. Años después la BBC destapó que en realidad la supuesta autobiografía era un relato de lo que vivió otro soldado ruso a primeros de los 40. Poco importa sí sucedió realmente o no, el último film de Weir es un relato de aventuras y de supervivencia de primer orden.

Weir vuelve a enfrentar al hombre contra la naturaleza hostil, algo que ya hiciera en films como “La última ola” o “La costa de los mosquitos”, y la planificación y exhibición de escenarios naturales vuelve a ser uno de los puntos fuertes del film. Para dar la mayor verosimilitud posible el rodaje se repartió por 4 países (Bulgaria, Australia, Marruecos y la India). Peter sabe perfectamente como encuadrar paisajes aunque a estos ya no les acompañe la música del desaparecido Maurice Jarre (el encargado de sustituirle es el compositor alemán Burkhard Dallwitz quien ya musicó “El show de Truman”).

Todo empieza con una traición, Janusz (incorporado por el joven Jim Sturgess, un actor al que aún le falta bastante para abordar papeles como éste en el que tiene que ser un ejemplo de liderato), es acusado mediante coacción por su esposa de ser un espía. Janusz termina en un gulag en Siberia en el cual descubre que las alambradas no son los límites físicos de su prisión sino que lo es el basto y helado paisaje circundante el que hace prácticamente imposible la huida sin morir de hambre o de frío.
Después de un rápido plan a Janusz le acompañarán en su huida el Sr. Smith, un preso político americano (un magistral Ed Harris como acostumbra), Valka, un delincuente ruso de la peor calaña (un Colin Farrell que vuelve a recurrir a ese truco suyo de subir y bajar las cejas para demostrarnos que sabe actuar), el sacerdote Voss (interpretado por el sueco Gustaf Skarsgard, sin parentesco con Stellan), Kazik, un joven que sufre ceguera nocturna (el joven actor alemán Sebastian Urzendowsky se encarga de interpretarlo) y Tomasz (el rumano Alexandru Potocean, inolvidable en “4 meses, 3 semanas, 2 días”), el intelectual del grupo. En su epopeya por sobrevivir lucharán contra sus más primarios instintos y conocerán el significado de la palabra “compañerismo” más allá de los intereses particulares. Se unirá en última instancia una joven (Saoirse Ronan, vista recientemente en “The lovely bones”) que quiere dejar atrás un turbio pasado.

“Camino a la libertad” contiene imágenes muy duras (los evadidos comportándose como depredadores espantando a los lobos para comerse a un animal muerto, los espejismos en mitad del desierto del Gobi, etc) pero es ante todo una bella metáfora sobre la amistad, la lucha por sobrevivir y la capacidad para perdonar. Los espacios abiertos es, como ya he dicho, uno más de los personajes del este último film de Peter Weir, que aunque no alcance las excelencias de su anterior film (en parte por un ritmo algo desigual, un montaje algo torpe y un protagonista tan inadecuado como es Jim Sturgess) vuelve a confirmarnos que su cine es siempre es una lección de calidad. La única pega es que la media de disfrute de sus films está en dos películas por década, y eso es muy, muy poco.

miércoles, 5 de enero de 2011

Tron: Legacy

Resulta sorprendente y ciertamente atrevido que se ponga en marcha una secuela (aunque definirla así como veremos más adelante es equivocado) de un film, “Tron”, que hace 27 años no hizo dinero – cubrió costes únicamente – ni recibió buenas críticas – un guión algo infantil e ingenuo tuvo mucha culpa de ello - , aunque poco a poco haya adquirido un cariño popular tan generalizado que lo ha convertido en un título de culto. El mayor mérito de “Tron” fue el tratarse del primer film que contaba con escenarios completamente virtuales, realizados de una manera artesanal y muy laboriosa. Fue sin duda una apuesta arriesgada de la Disney, fracasada en su día y que el tiempo, por algún extraño motivo se encargó de ensalzar.

“Tron: Legacy” llega precedida de una campaña de marketing agresiva donde las haya, desde que se anunciara su existencia en el Comic.con de hace un par de ediciones. Su larga post-producción ha conseguido que su estreno se esperara con impaciencia… o eso se creía, porque a la hora de la verdad sus cifras han dejado bastante que desear al tratarse de un film que ha tenido un presupuesto desmesurado que se ha disparado por encima de los 300 millones de dólares. “Tron: Legacy” lleva camino de convertirse en un film tan incomprendido como lo fue su predecesor hace casi tres décadas. La historia se repite.

El debutante Joseph Kosinski, proveniente del mundo de los videojuegos, toma el testigo de Steven Lisberger haciendo que su film más que una secuela del original sea una revisitación del mismo realizada con más medios de la más rabiosa actualidad, logrando que la comparación de ambos nos haga pensar que en vez de 30 hayan pasado 300 años entre uno y otro. “Tron: Legacy” a grandes rasgos cuenta lo mismo que “Tron”, con el aditivo de un componente filosófico-existencial que no sólo no le hace ningún bien sino que supone los momentos en los que el film cae en un mayor ridículo. La primera, al menos, era un experimento sin grandes aspiraciones más allá de entretener, aunque lo cierto es que era algo aburrida.
Podría decirse que se trata de un film repleto de buenas intenciones que optó por seguir el camino fácil, el de enfocarlo para un público joven eligiendo a actores tan resultones como pueden ser Garrett Hedlum u Olivia Wilde como reclamo, aunque el personaje de la segunda no tenga ninguna solidez ni justificación. El apabullante espectáculo visual que en sí es el film queda malogrado por un guión totalmente previsible, sin garra, y el homenaje arriesgado y merecido a “Tron” (un film que al no ser una obra maestra precisamente sí que se prestaba a una reinterpretación) que podría haber dejado para la posteridad un film fantástico de referencia se queda en tierra de nadie. Ni molesta ni apasiona.

Afortunadamente Jeff Bridges decidió repetir el papel del programador Kevin Flynn, quien con el paso de los años se ha convertido en una especie de profeta zen pachorrón y conformista que poco tiene que ver con el Flynn arrogante e intrépido al que conocimos hace casi 30 años. Bridges, como siempre, cumple aunque “Tron: Legacy” no llenará de premios sus repisas. Más testimonial es la presencia de Bruce Boxleitner, que era Tron en la primera parte y que aquí supone un guiño sentimental al film precedente (a David Warner y Cindy Morgan ni siquiera se les brindó esta oportunidad). El ascendente Michael Sheen tiene a su cargo un breve papel totalmente prescindible en el que da rienda suelta a su histrionismo.

Mención aparte merece la “nemesis” de Bridges, ese Clu 2.0 que se ha extraído de la imagen que presentaba el célebre actor en el film “Contra todo riesgo” y que sí bien ha conseguido notables mejoras con respecto a films en los que ya trabajaron el crear personajes virtuales a través de los gestos y movimientos de conocidos actores como “Polar Express”, “Beowulf” o “Cuento de navidad”, no logra un absoluto realismo, la falta de brillo en los ojos (por fortuna) aún les distingue de los verdaderos actores. Bridges vence con facilidad al Bridges 2.0.
Si por algo sí pasará a la historia “Tron: Legacy” será por la magistral Ópera electrónica (con Obertura y Finale incluídos) que ha compuesto el dúo francés “Daft Punk” para el film que será fruto de estudio en un futuro. Una lástima que “Tron: Legacy” no tuviera la ambición de conformar un film para un público algo más exigente e intelectual porque ahora esos planes de hacer una trilogía pienso que se quedarán en el tintero.